martes, 25 de julio de 2017

El estigma de Urd (cap. XIV )

De vuelta ya en el domicilio, una vez se hubieron desembarazado de la presencia masculina Marion encendió un cigarrillo y sin más preámbulos exclamó:

   ¡No me gusta, Frida!
   ¿Qué no te gusta, Marion...?
   ¡No me gusta ese fulano!
   ¿Por qué...? ¿Porque detesta el olor a tabaco...? ¿Tendría que fumarse los cigarrillos de tres en tres para ganarse tu simpatía? –preguntó retadora.
   Se esconde algo siniestro tras sus repulidas maneras –y estremeciéndose de pies a cabeza–. Es un maníaco.
   ¡Alabado sea Dios! ¿Acaso has de considerarlo un psicópata por el simple hecho de no fumar? 
   Estás ciega, ¿sabes? Te han puesto una venda en los ojos que te impide ver la realidad. ¿De verdad no has observado la meticulosidad con que comprobaba la disposición de los cubiertos? ¿La escrupulosa inspección a la que sometió las copas antes de verter el vino en ellas? ¿La regularidad obsesiva con que consultaba el reloj...?  En términos psiquiátricos: Compulsiones.
   Nunca habría esperado esto de ti –dijo Frida, mirándola con rencor.
   Aguarda un momento... Aún me queda algo que añadir.
   ¡Déjalo ya...! ¡No pienso seguir escuchándote!
  Sí que me escucharás, niña. El desmedido alarde que hizo de sus conocimientos... La suficiencia empleada al dirigirse a nosotras... Las miradas despectivas al maître... ¡Megalomanía en estado puro! Habría que ponerle título a la obra: “El rey y sus vasallos”. De no resultar tan patético, sería para desternillarse.
   ¡Ya te vale, Marion! ¡Basta de seguir lanzando dardos envenenados!
   Enójate conmigo si quieres. Me trae sin cuidado si a cambio consigo hacer saltar la alarma en tu cabeza. Ese individuo es un auténtico desconocido para ti. ¿Qué sabes acerca de él…? Harías bien en no dejarte obnubilar por la pasión. Deberías dejarte asesorar por el sentido común y, cómo no, dejar que hable la objetividad.
   Y dale con la objetividad. Me pregunto si nunca te das por vencida.
   No. No mientras peligre tu estabilidad.
   ¿A qué estabilidad te refieres, Marion...? ¿A la económica, o a la emocional? –preguntó iracunda.
   No estaría de más incluir ambas en el mismo lote.
 — A nivel emocional jamás me he sentido mejor que ahora. Respecto a la estabilidad económica, me conformo con tener lo justo para vivir. ¿De qué sirve nadar en la abundancia si no se es feliz y la vida se convierte en una constante agonía?
  O sea, “contigo pan y cebolla”. Me temo que has leído demasiados cuentos de hadas, querida. Insisto: ¿Qué sabes acerca de ese individuo...? ¿Quién es…? ¿Dónde reside…? ¿A qué se dedica…?
   Ni lo sé ni me importa ni me preocupa.
   Pues debería preocuparte, monina.
  Para nada. Ahórrate los consejos, Marion. Por más que te empecines en achacarle defectos, no conseguirás alejarme de él. Es el hombre con el que he soñado toda la vida. Lo amaré siempre. ¿Te enteras…? ¡Siempre!
   Yo que tú no me mostraría tan categórica.
   Ya. Pero se da la circunstancia de que tú no eres yo.
   Elemental, querido Watson –ironizó–. No obstante, puesto que nobleza obliga, he de decirte que ese fulano es el típico demoledor de almas. Distingo el paño, amiga. Lo distingo porque un espécimen similar estuvo a punto de destruirme –y perdida la mirada en un punto imaginario–. Hay noches en las que aún sueño con él. Se halla acostado a mi lado… Me somete a todo tipo de vejaciones… ¡Oh, Dios!
   Entiendo que tan amarga experiencia te dejara una huella indeleble en el corazón, querida amiga. Pero eso no te da derecho a poner en tela de juicio la integridad de todos los hombres que pueblan el planeta, ¿no crees?
   Está bien... Tú ganas –y desplomándose en el sofá–: Puesto que el amor ha anulado tu raciocinio, me doy por vencida. Pero recuerda: Siempre podrás contar con mi apoyo.
 Lo cual te agradezco más de lo que  imaginas. ¡Oh, Marion, prométeme que dejarás de preocuparte por mi relación con Alejandro! Mala suerte si me equivoco. ¿Sí? –y reprimiendo un bostezo– Sabes, estoy agotada. Me voy a acostar.
   ¿Te importaría apagar las luces antes de acostarte?
   En absoluto. ¿Vas a dormir en el salón?
   No lo sé... Igual sí.
 En ese caso, que duermas bien. Buenas noches  –dijo, cerrando con suavidad la puerta del dormitorio.
   Buenas noches.

Ambas sabían que hablaban por hablar: El fantasma del pasado les impediría conciliar el sueño.


© María José Rubiera Álvarez